Tsuda, el ki en el aikido
El Ki en el Aikido
Por el Maestro Tsuda.
En Europa, la gente se interesa por el Aikido por su eficacia, por el poder que se quiere adquirir. Se interesa por la técnica, por la adquisición de reflejos, del diploma, de la posición en la organización y de las prerrogativas que se desprenden. Son los aspectos cartesianos del problema. En cuanto al Ki, escapa a toda tentativa cartesiana de definición. Por eso, es oficialmente inexistente.
Quisiera, por mi parte, aportar una modesta contribución a la comprensión de esta noción difícil de captar. No escribo con el fin de hacer un manual para los practicantes de Aikido, sino para situar el problema en el contexto general del pensamiento occidental. No tiene importancia que uno se interese o no por la práctica de este arte, pero el Aikido merece ser mencionado, aunque solo sea por la nueva visión que nos aporta en nuestras ideas.
Muchas personas han venido a pedirme información sobre el Aikido: «¿Es eficaz?» Bien habrían podido también elegir como otra solución un arma de fuego o cerraduras de seguridad. Tienen miedo a ser atacados, miedo a morir y miedo a vivir. Tienen prisa por encontrar un medio cualquiera que les permita, al cabo de unas lecciones, adquirir un poder extraordinario. Los he echado a todos. Qué ilusión. Podríamos hablar de eficacia si estuviera al nivel del Maestro Ueshiba. Es también ridículo hablar de eso a mi nivel.
Los occidentales tienen tendencia a creer que el aprendizaje consiste en el desarrollo de un cierto reflejo. Desde luego, el reflejo puede facilitar la organización de trabajo porque si no habría que volver a empezar en cada momento, desde los detalles más insignificantes. Sin embargo, el reflejo que se queda simplemente en reflejo no es nada. Es un comportamiento condicionado, una costumbre. No se puede avanzar más.
He visto en el Movimiento Regenerador ese movimiento reflejo. Cada vez se ejecuta el mismo movimiento, exactamente con la misma duración. No existe un desarrollo en profundidad.
Recuerdo una anécdota que nos contó un profesor en el liceo, hace cerca de 50 años. Un judoka, 3º dan, estaba en una discoteca. Una pelea se desencadenó entre él y un gamberro. El judoka que tenía buenos reflejos, le hizo un hanegoshi, tirando hacia él los dos brazos del gamberro. Al mismo tiempo, este último sacó un cuchillo, con la punta hacia el judoka. Con el mismo gesto que le habría permitido proyectar a su adversario en el aire, el judoka recibió el cuchillo en el vientre. Si no hubiera tenido este reflejo, hubiera salvado la vida, a cambio de algunos golpes y tortas.
Algunas mujeres jóvenes me han preguntado lo que habría que hacer en caso de peligro. Por ejemplo, cuando el agresor les coge de tal o cual manera. Les enseñé cómo se podrían librar de un agarre. Con un poco de astucia comercial, hubiera podido instituir una clase con mucho bombo publicitario: señoritas, defiéndanse contra la agresión. Método eficaz. Una selección de chicas guapas que juegan al agresor, y yo el agredido. ¡Qué oficio más agradable!
No he tardado en comprender la futilidad de tal enseñanza. El menor gesto es parte de un conjunto más amplio y no se puede hacer un gesto sin el dominio de este conjunto. Separar una parte con un fin determinado, es imposible. La idea de que se pueden ejecutar una sucesión de movimiento programados con calma, como se haría con recetas de cocina, es tan ridícula como nefasta.
He conocido dos soluciones diametralmente opuestas: una por la sangre fría y otra por la fuerza del inconsciente.
Una mujer se dejó coger y en el momento en que el agresor, contento, se puso a besarla, ella, con decisión, le mordió la lengua. Al día siguiente encontraron al culpable curándose la herida en un médico. Otra mujer no recuerda lo que ocurrió. El diablo en su cuerpo lo hizo todo. Cree haber oído un grito de dolor. Pero cuando volvió en sí, no había rastro del agresor.
Esta fuerza del inconsciente, es el Ki. Puede ocurrir que mujeres endebles levanten un coche, cuando se presenta le necesidad. No existe ninguna técnica que nos permita realizar tal proeza.
Si la gente se interesa por el reflejo, la técnica y la musculación, esto es asunto suyo. Son aspectos que no me interesan demasiado. Si se desarrolla el reflejo hasta tal punto que uno se pone automáticamente en posición de combate cada vez que alguien pasa al con un martillo o una sierra, cada vez que le jefe del departamento levanta la mano para rascarse la cabeza, cada vez que el carnicero coge su cuchillo para recortar un biftec, es muy posible que pase por ser una persona rara. Ya no se podrá ir a la peluquería, porque el peluquero lleva una navaja que puede cortar el cuello «en un santiamén».
¿Si hablamos de la técnica? Hay personas que son verdaderos repertorios vivientes de la técnica. Ejecutan gestos como si fuesen programados por ordenador. Pero se siente, mirándoles, que falta algo. No hay calor humano. Son muñecas mecánicas.
El Maestro Ueshiba, cuando yo le veía en sus últimos años, parecía no tener ya la noción de técnica. Hacía gestos de nada y sus adversarios caían. Era como un niño que se divierte con cualquier cosa, de cualquier manera. De vez en cuando, preguntaba: «¿Cómo se llama esto?» Sus discípulos contestaban, dándole un nombre sacado de la terminología sabiamente construida. «¿Ah sí?» y seguía divirtiéndose. Es imposible aplicar nombres a todos sus gestos. Él era libre y natural como los vientos y las olas. Desconcertaba a quien quisiera estructurar el Aikido.
Europa donde la noción de Ki no existe, es inevitable definir el Aikido como un deporte de combate. Quien dice deporte, dice musculación.
Por otra parte, es muy difícil disuadir a los jóvenes de hacer musculación. Para ellos es una necesidad fisiológica. Un deporte que no va acompañado de un desgaste físico, no es un deporte, etc…
Precisamente, el Aikido no es un deporte para mí. El Maestro Ueshiba lo ha repetido no sé cuantas veces: «el Aikido no es un deporte, no es un arte de combate». Desde el principio, entonces, nos encontramos en un diálogo de sordos.
No se trata en absoluto, para mí, de hacer musculación. Además nunca he sido deportista. La hipertrofia muscular, como decía Alexis Carrel, no es menos peligrosa que la atrofia visceral. Mis bíceps no han cambiado de grosor desde que empecé a la edad de 45 años.
El Aikido además, como todas las cosas, se presta a las interpretaciones más variadas. No puedo pretender dar validez a mi opinión. Simplemente puedo comunicar lo que he visto, observado y constatado yo mismo.
He conocido, hace algunos años, a un joven profesor de Aikido, titulado en cultura física, era por lo tanto un deportista. Pero le dolían los riñones y acabó por perder toda movilidad de caderas. Le ocurrió después lo mismo con los brazos que, a su vez, se ponían rígidos hasta el punto de no poder doblar los codos. Es uno de los múltiples ejemplos que he constatado entre la gente que practica artes marciales: la rigidez del cuerpo, provocada por esfuerzos musculares excesivos.
Otro profesor de artes marciales, venía a verme cuando impartía cursos en provincia. Tenía problemas: su mujer enferma, a él le dolía los riñones y además padecía mareos. Antes de presentarse ante sus alumnos, tenía que ponerse una compresa fría sobre la nuca para poder dar la clase. Estaba tan agitado que me daba lástima verle.
Dígame, ¿qué debo hacer?
Yo no estoy cualificado profesionalmente para aconsejarle, no hago más que dirigir el Movimiento Regenerador. Pero si quiere usted puede venir a nuestra sesión de movimiento.
Reconozco que su contestación me dejó estupefacto.
«Pero es que tengo que irme de vacaciones ahora».
¿Entonces qué quería exactamente?, ¿Una medicina milagrosa? ¿Una panacea de Extremo Oriente? Yo no conozco ninguna.
Tengo que dormir. Tengo que despertarme. Tengo que trabajar. Tengo que irme de vacaciones. Estamos aplastados por toneladas de «tengo que». Estamos pillados por el engranaje social. No podemos liberarnos de él. Existen por todas partes medicinas milagrosas. No hace falta buscar lejos: el somnífero, el excitante, el estimulante, el calmante, etc…
Yo no soy vendedor de milagros. Me parecen al contrario muy esclavizantes estos milagros. No hay que pedirme consejos en estas cosas. Me limito a vivir simplemente.
Cuando veo a estas personas agitadas, tengo la impresión de ofrecer un vaso de agua inútilmente. Tienen sed, pero sus manos nerviosas les impiden cogerlo. Mientras tanto, llega el autobús y veo su brazo agitarse y alejarse.
¿Qué han hecho para llegar a este estado? Tienen 15 ó 20 años menos que yo. ¿Cómo serán cuando tengan 60 años? A los 60 años, se ha acumulado bastante experiencia de la vida y hay que ser capaz de servir útilmente a la posteridad. A esta edad dicen, se está decrépito. Esto me hace pensar.
Hay jóvenes orgullosos de sus heridas; la clavícula rota, el menisco saltado, el lumbago, etc. Son, según ellos, tantos signos de virilidad, tantas condecoraciones otorgadas a su valentía. Que por eso no quede. Por mi parte constato, que he nacido hombre y no siento especialmente la necesidad de mostrar la virilidad con signos externos, así. Conviene decir también que me he iniciado en el Aikido a una edad donde uno siente el acercamiento del envejecimiento. Mi visión es totalmente diferente a la de los jóvenes batalladores.
He constatado en la práctica, un gran alivio de mí ser. El Aikido me permite hacer el vacío de cerebro. Nunca he sufrido de dolores en los riñones. Al contrario, he podido aumentar la flexibilidad de mis caderas.
Pero esto no basta, hay que ser eficaz, dirán los jóvenes. ¿Qué entienden por eficacia? Proyectar a dos o tres agresores en la calle y quedar como un héroe de cine? ¿Creen ellos que este es el único peligro que existe en la vida? ¿Estáis seguros de que no hay alguien que desde la ventana del inmueble de enfrente está acechando vuestros movimientos, con un rifle provisto de un visor, para alojaros una bala en la cabeza? Además, así es como un Presidente de los EEUU y un Premio Nóbel han muerto. ¿No tenéis miedo a que una pared os caiga encima o que una grúa os aplaste? ¿Qué técnica aplicar cuando vuestro avión se precipita sobre el suelo? ¿Si os atacan microbios desconocidos, cuál será vuestra defensa? ¿Y cuando dormís?
Hay que buscar medidas más eficaces, diréis. Pero cuando la muerte os cita, sea aquí o en otro lugar, siempre os encuentra. Un árabe en Bagdad se encuentra con la muerte que le dice «Vendré a buscarte mañana por la tarde». Cogido por el miedo, se marcha a galope sobre su caballo y llega a Samarra. A la hora indicada, la muerte reaparece y le dice: «Sabía que vendrías por aquí».
Sea cual sea vuestro método o disciplina, si lleva a la destrucción del terreno, no valdrá nada a mis ojos.
Sin embargo, si mantenéis el terreno normal sin hacer nada especial, es ciertamente bueno.
¿Qué es el Aikido? No lo sé. Depende de lo que esperéis. ¿Qué es el Cristianismo? Cuando leo los Evangelio, comprendo a Jesús. Pero con lo que ha pasado después, ya no comprendo nada: cruzadas, inquisición, guerras de religión, etc. Ahora voy a hablar brevemente de la eficacia del Maestro Ueshiba. Si ninguno de sus discípulos consigue su nivel de eficacia, no tiene la culpa su Aikido. Si Jesús viviese en la Europa cristianizada de hoy y cumpliese lo que cumplió hace 20 siglos, sería encarcelado por promotor de desórdenes. El Aikido estructurado no refleja gran cosa de la verdad del Maestro Ueshiba.
Ya, numerosos occidentales conocen ejemplos de proezas del Maestro Ueshiba. Cito aquí algunos, no para sacar provecho a favor del Aikido, sino con el fin de poder realzar algo más, lo esencial que sostiene su arte.
Podemos decir de manera general, que desafió todas las leyes conocidas de fenómenos físicos.
De ahí la opinión compartida entre los que se lo creen sin poder explicarlo y los que lo niegan categóricamente.
¿Cómo es posible que un hombre de pequeña estatura pueda proyectar hombres que le sobrepasan algunas veces de 20 a 30 centímetros ? No solo uno por uno sino varios a la vez.
Era inatacable, tanto despierto como dormido, de frente o de espalda, abiertamente o por sorpresa, tanto con manos vacía como con armas, incluso con revólveres.
¿Hay que creer estas cosas o rechazarlas?
Existen varias posturas posibles:
Rechazar todo lo que no se explica, aunque exista.
Aceptar los hechos aunque no seamos capaces de explicarlos.
Creer en todo lo que no exista.
La primera de las posturas, la de los racionalistas intransigentes, existe no sólo en Europa, sino también en Japón.
Tachar todo lo que se explica, de sobrenatural o místico, es una solución de facilidad que no conduce a nada. Creo, al contrario, que el Maestro Ueshiba ha sido uno de los hombres más naturales que he conocido.
El Maestro Noguchi tuvo la ocasión de ver al Maestro Ueshiba durante no sé qué reunión.
«El Maestro Ueshiba, muy bien», me dijo, pero no añadió nada más. Su juicio es extraordinariamente seguro. Puede detectar en una fracción de segundo lo que alguien no hubiera visto después de 30 años. Está, en todo caso, lejos de ser partidario de los buscadores de lo sobrenatural.
Yo he visto al Maestro Ueshiba practicar con sus alumnos en el antiguo dojo, una construcción de madera, que ya no existe. Fue reemplazada por un edificio de hormigón.
Le he visto, por ejemplo, rodeado de una decena de alumnos que armados cada uno con un bastón, le cercaban por todas partes. En estas condiciones es imposible para cualquiera hacer el menor movimiento. Si uno se mueve a la derecha o a la izquierda, hacia delante o hacia atrás, es inevitable recibir bastonazos en el vientre o en el pecho.
Oigo un grito, el kiai, y veo a los alumnos en el suelo con su bastón. Él está de pies sonriente. ¿Qué ha hecho para escaparse?
Tengo ante mí una foto tomada durante una demostración en la gran gala de Hibiya delante de 2000 espectadores. El Maestro Ueshiba sujeto con la mano derecha un bokken, sable de madera, su brazo derecho hacia abajo, perfectamente relajado y la punta del bokken, ligeramente dirigida hacia arriba. Con gracia, coge con su mano izquierda un trozo de su hakama. Si solo fuera eso, se vería a un anciano regando una fila de flores con una regadera de boca larga. Contrariamente a eso, hay tres jóvenes fuertes, empujando este bokken, agarrándolo con sus dos manos, perpendicularmente al sentido del bokken.
Están inclinados a 45º para ejercer el máximo de su potencia. Algunos instantes después, el Maestro afloja el bokken y los tres jóvenes caen hacia delante en un perfecto conjunto; esto sólo era posible porque empujaban de verdad. Conozco además a estos tres jóvenes personalmente. Están lejos de ser complacientes, ni dispuesto a hacer regalos.
Cuando conté esta historia a un francés, me dijo: «Matemáticamente imposible» y no quiso saber más. Un buen cartesiano.
Hoy día, la situación ha cambiado un poco, porque la misma ciencia ha demostrado que lo que es matemáticamente imposible puede existir. Ahí nos hemos quedado, porque la ciencia no puede crear una imposibilidad matemática. Sería ir en contra de su vocación de hacerlo.
Tsuda